Érase una vez una burbuja, hija de la catástrofe, traviesa, inquieta. La burbuja nació en sitio de guerra, de muerte, soldados caídos y sustancias derramadas. "¡Vaya lugar aburrido!", pensó la burbuja, y decidió abandonar la tierra en la que nació. Deambuló por las carreteras del país sin encontrar un sitio que le llamara la atención, hasta que halló una gran central eléctrica, un poco descuidada pero bastante llamativa. Decidió entrar, ninguno de los operarios notó su presencia. La pequeña traviesa decidió dirigirse a la sala de controles principal, no había nadie; encontró dos palancas, cada una dejaría sin electricidad a la mitad respectiva del país (derecha, izquierda)... ¡Oh pequeña inquieta!, tú que alegras las tardes dominicales de los niños y te desprendes al viento desde las bateas de laboriosas mujeres sin máquina lavadora... ¿Por qué tenías que tirar de la palanca izquierda?
Minutos después, don Javier moría en la habitación de un hospital, sin posibilidad de despedirse, dictar un testamento o decirle a su esposa cuánto la quería y cuánto lamentaba haber sucumbido a la bebida en años anteriores.
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