Me encontraba yo en una habitación blanca y rectangular, con una sola puerta cerca a una de sus esquinas, de aproximadamente seis metros de largo por tres de ancho y aproximadamente dos metros de alto, iluminada por lo que parecía una luz blanca, muy similar a la de los hospitales, pero que no tenía ningún origen aparente, es decir, no había lámparas, bombillos o cualquier otro elemento que emitiera luz en toda la habitación. Dentro de esta habitación había una gran cantidad de rocas desperdigadas como si fueran las ruinas de algún templo antiguo, rocas que tenían variados tamaños pero ninguna forma definida, habia varias piedras de tamaño monolítico y una de ellas estaba cerca de la única puerta. Conmigo, dentro de la habitación, estaba una mujer, muy parecida a una joven que atiende en la recepción de una de las bibliotecas de mi universidad, la cual me gritó: “¡Debemos salir de aquí!” con el rostro totalmente alterado por el pánico, pánico que yo en el momento no compartía. La mujer se apresuró a abrir la puerta, pero inmediatamente hizo esto, el monolito más cercano a la puerta se le vino encima. Instantáneamente yo estaba al lado de la puerta sosteniendo con mi espalda la gran roca que, en apariencia y sólo en apariencia, era bastante pesada.
Sin darme ningún tipo de gracias, la mujer salió a un corredor bastante largo, sin puertas y de igual iluminación al de la habitación. Solte la piedra y salí junto a ella (bastante apresurada, por cierto) al corredor por el que corrimos hasta encontrarnos una bifurcación. Yo me detuve, ella siguió por el camino de la izquierda. Un momento después apareció corriendo y dijo: “¡Corre!, ¡Ahí vienen las fiestas de San Fermín!”, mientras la seguía, corriendo también, un grupo de hombres vestidos de blanco y con pañoletas rojas atadas a sus cuellos.
Entramos al cuarto de nuevo donde ya no había rocas y donde ahora había dos puertas de ascensor, una frente a la otra sobre los lados más largos. Angustiados, presionamos el botón contiguo al ascensor de la izquierda el cual se abrió revelando su interior, bastante clásico, con un espejo grande e iluminación similar a la del cuarto, con un pequeño y arcaico panel de control a su izquierda (¿?) del cual presionamos al mismo tiempo un botón de entre varios que habían (no recuerdo bien cuantos). En ese momento entró al cuarto un gran toro negro, robusto, de cuernos inusualmente afilados y bastante azuzado, el cual embistió primero hacia el ascensor de la derecha, ascensor que se abrió en ese momento quedando el toro dentro, justamente al frente nuestro. Entonces, nuestro ascensor se empezó a cerrar pero un barril de cerveza rodó hacia la puerta y evitó el cierre completo lo que desencadenó el mecanismo de apertura automática. Muy muy muy angustiado y asustado (reitero, muy) presioné el mismo botón que había presionado momentos antes junto con la mujer que ahora no estaba. El toro se volteó dentro del ascensor de enfrente y me miró, la puerta aún tratando de cerrarse, el barril aún evitándolo. Desperté.
1 comentario:
OMG...estoy demasiado adormecida para saber si lo que acabo de leer...
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